Tres camaleones verdes echan carreras a través de la terraza;
uno se detiene a los pies de madame chasqueando su ahorquillada lengua, y ella
comenta:
—Camaleones. ¡Qué excepcionales criaturas! La manera en que
cambian de color. Rojo. Amarillo. Lima. Rosa. Espliego. ¿Y sabía usted que les
gusta mucho la música? —me contempla con sus bellos ojos negros—. ¿No me cree?
A lo largo de la tarde me ha contado muchas cosas curiosas.
Que, por las noches, su jardín se llena de enormes mariposas nocturnas. Que su
chofer, un digno personaje que me ha conducido a su casa en un Mercedes verde
oscura, había envenenado a su mujer y luego se había fugado de la Isla del
Diablo. Y me ha descrito un pueblo en lo alto de las montañas del norte que
esta enteramente habitado por albinos: individuos menudos, de ojos rosados,
blancos como la tiza. De vez en cuando se ven algunos por las calles de Fort de
France.
—Si, claro que la creo.
Ladea su cabeza plateada.
—No, no me cree. Pero se lo demostrare.
Diciendo esto, entra resueltamente en su fresco salón
caribeño, una estancia umbría con ventiladores que giran suavemente en el
techo, y se coloca ante un piano bien afinado. Yo sigo sentado en la terraza,
pero puedo observarla: una mujer elegante, ya mayor, producto de sangres
diversas. Empieza a tocar una sonata de Mozart.
Finalmente, los camaleones se amontonan: una docena, otra más,
verdes la mayoría, algunos escarlata, espliego. Se deslizan por la terraza y
entran correteando en el salón: un auditorio sensible, absorto en la música que
suena. Y que entonces deja de sonar, pues mi anfitriona se yergue de pronto,
golpeando el suelo con el pie, y los camaleones sales disparados coma
chispas de una estrella en explosión.
Ahora me mira.
—Et maintenant? C'est vrai?
—En efecto. Pero resulta muy extraño.
Sonríe.
Al levantar los ojos del
demoníaco brillo del espejo, noto que mi anfitriona se ha retirado
momentáneamente de la terraza y ha entrado en su salón umbrío. Resuena un
acorde de piano, y otro. Madame esta jugando con el mismo son. En seguida se
reúnen los amantes de la música, camaleones escarlatas, verdes, espliego, un
auditorio que, alineado en el suelo de terracota de la terraza, se asemeja a una extraña adaptación
escrita de notas musicales. Un mosaico mozartiano.Música para camaleones......Truman Capote.
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