El azul crepuscular había inundado todo el paisaje. Las voces de los pájaros yacían dormidas en sus
menudas gargantas. Al alejarme de las aguas que corrían, entré en una zona de absoluto silencio. Y mi
corazón salió entonces del fondo de las cosas como un actor se adelanta en la escena para decir las
últimas palabras dramáticas. Paf... paf... Comenzó el rítmico martilleo y por él se filtró en mi ánimo
una emoción telúrica. En lo alto, un lucero latía al mismo compás, como si fuera un corazón sideral,
hermano gemelo del mío y como el mío lleno de asombro y de ternura por lo maravilloso que es el mundo.
Ortega y Gasset
Coney Island. Lou Reed.
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