La Luna emite una luz, pero a ella no se advierten los colores; pero en cuanto se alza el Sol es posible distinguirlos a todos entre sí. Así pues, la Naturaleza tiene una luz que brilla como el Sol; e igual que la luz del Sol respecto a la de la Luna, así la luz de la Naturaleza brilla más allá de la fuerza de los ojos. A su luz se hace visible lo invisible; por ello, tened siempre presente que una luz eclipsa a la otra.
Sabed que nuestro mundo y todo lo que vemos y podemos tocar en nuestro entorno no son más que la mitad del Cosmos. Aquel mundo que no vemos es igual al nuestro en peso y medida, en esencia y condición. De donde se sigue que también hay otra mitad del hombre que actúa en ese mundo invisible. Cuando sabemos de la existencia de ambos mundos, entendemos que sólo las dos mitades forman un hombre completo; porque son por así decirlo como dos hombres unidos en un cuerpo.
Como el Sol puede brillar a través de un cristal y el fuego irradia calor de las estufas, aunque no atraviesen ambos cuerpos, así el cuerpo humano puede hacer que su fuerza actúe a lo lejos y seguir quieto en su sitio, como el Sol que brilla a través del cristal y sin embargo no lo atraviesa. Por eso no se puede atribuir nada al cuerpo mismo, sino sólo a las fuerzas que brotan de él, igual que el olor del almizcle, aunque su cuerpo pueda estar quieto.
La Naturaleza emite una luz por cuyo propio brillo puede reconocérsela
Los pensamientos son libres y nada los domina. En ellos reposa la libertad del hombre, y ellos aventajan la luz de la Naturaleza. Porque de los pensamientos nace una fuerza creadora que no es ni elemental ni sideral... Los pensamientos crean un nuevo cielo, un nuevo firmamento, una nueva fuente de energía de la que fluyen nuevas artes... Si uno se propone crear algo, crea por así decirlo un nuevo cielo, y del mismo afluye a él la obra que quiere crear... Porque tan poderoso es el hombre, que es más que cielo y tierra.
Paracelso.